Vió morir de hambre, por envenenamiento o asesinados a tres hermanos, su madre y su padre, en una de las represiones más cruentas de la historia de América Latina. A partir de un conmovedor testimonio personal, esta mujer se proyectó como el símbolo de la resistencia indígena.
"Me llamo Rigoberta Menchú y así nació mi conciencia". Fue la frase con la que esta indígena guatemalteca tituló la historia de su vida. Una historia que conmovió al mundo y dio inicio a una acción social y política que ha convertido a esta mujer en el espíritu vivo de los pueblos indígenas latinoamericanos.
Su voz vino desde la exclusión y narró una dramática historia de opresión y de confrontaciones en la que cayeron cinco de sus más cercanos familiares.
Era la historia secreta de cuarenta años de violencia rural en Guatemala, desde los tiempos en que un ejército de oficiales, fieles a las empresas bananeras norteamericanas, arrojaron del Gobierno al izquierdista Arbens e instalaron un régimen militar represivo, abierto en momentos y disfrazado de democracia en otros.
Fueron treinta y dos años durante los que la represión provocó alrededor de ciento cincuenta mil víctimas, la mayoría campesinos.
Hasta hoy, nada está claro en Guatemala y las nacionalidades indias siguen denunciando la persecución, con su premio Nobel, Rigoberta Menchú, a la cabeza.
Rigoberta Menchú Tum nació en Chimel, un pueblito maya-quiché del interior, en San Miguel de Uspantán, en 1959.
Hija de un campesino, fue testigo de la muerte por efecto de pesticidas de un hermano; otro falleció por desnutrición y un tercero, de 16 años, cayó víctima de terratenientes cafeteros que querían despojar a los indígenas de sus terrenos. Su madre fue violada y torturada por los soldados hasta morir.
Estos crímenes, junto con la actuación social de su padre, Vicente Menchú, y de numerosos vecinos del barrio, constituyeron el primer motivo de concienciación social por parte de Rigoberta.
En 1980 su padre murió carbonizado en la Embajada de España en Guatemala, durante el asalto policial perpetrado contra esa sede diplomática. Ese mismo año, Rigoberta dirigió a ochenta mil manifestantes y estuvo a punto de morir en su huelga de hambre.
Fue entonces cuando se comprometió de lleno con la lucha, denuncia y reivindicación de los derechos humanos de la población guatemalteca y en especial de los pueblos indígenas, decisión que le costó numerosas amenazas y persecuciones, y finalmente el exilio, en 1981.
En 1982 se convirtió en la primera indígena en participar en la formación del Grupo de Trabajo sobre poblaciones Indígenas en la ONU, y en 1983, publicó su libro autobiográfico. En 1992, año en que se recordaron los 500 años de presencia española en América, le fue concedido el premio Nobel de la Paz por su trabajo en favor de la justicia social y la reconciliación entre los diferentes grupos étnicos de Guatemala.
Con el dinero del premio creó una fundación, establecida en México, para apoyar a los pueblos indígenas del continente. En 1993 retornó a su país y un año más tarde, se firmó la paz entre el Gobierno y los rebeldes, una paz que todavía acarrea interrogantes.
David Gustavo
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