jueves, 14 de octubre de 2010

Alejandro Noriega. Artista Guatemalteco


Recién graduado de bachiller en arte, en 1988, Alejandro Noriega expuso su primera serie de acrílicos, a la que tituló Abstracciones. Ya por entonces se avizoró en el pintor a un serio adversario de la sociedad injusta, cruel y violenta: la Guatemala del conflicto armado interno que después de la firma de la paz, en 1996, devino en un país armado y en interno conflicto. En efecto, avanzó pintando, sobre los años de 1990 hasta el 2000, al acrílico sobre masonite, su tema De la creación y la guerra como historias de los muros, composiciones que bullen de ira pintada con aparente capricho, pero con evidencias de recta disciplina en la composición; esto es, airado pero estético; otro habría hecho pintas en las paredes. Era su momento, él ante los gobiernos, pero manifestó su rabia imitando la corrugada y grotesca textura de los muros.
También en el 2000 pintó una serie de grabados digitales, llamada Elementos, que dio pie a sus fotograbados también digitales que desarrolló desde ese año y hasta el 2006.

Tales elementos y fotograbados conservaron la textura, belleza y grosería de los muros, sometidos, eso sí, de nuevo, al olfato compositivo del pintor. Limpio, práctico, cerebral y estético, en todos esos años colgó cuadros de formato grande y pequeño en algunas famosas galerías del país. Las puertas se le habían abierto desde muchas décadas antes, gracias a que en 1992 ganó un glifo de oro en la VII Bienal de Arte Paiz, premio bastante difícil de alcanzar en la región centroamericana.
Pero esos años fueron —ahora lo sabemos— una preparación para el Alejandro Noriega que dio pasos adentro, hasta la fecha, haciendo instalación, performance y fotografía intervenida.

Haremos aquí un alto, para dejar claro que esas categorías, en manos de otros artistas nacionales, no siempre han gozado —según nuestro punto de vista— de inteligencia ni audacia, ya que muchas veces han sido pobres imitaciones y hasta rancios refritos de lo hecho en otros países desde principios del siglo XX.
En el caso de Alejandro Noriega, aseguramos que no todos los días un artista levanta una pared de block tapando el paso en la Sexta Avenida, zona 1, como lo hizo en el 2007. Fue una intervención casi histórica, pues hablamos de una de las avenidas más trascendentales del país. Con sus alumnos de la Escuela Nacional de Arte Plásticas Rafael Rodríguez Padilla (Enap), levantaron una pared que tapó la Sexta Avenida y la 9a. calle de la zona 1. La intervención fue titulada No + Muros. La acción duró menos de un día, puesto que levantaron la pared de la mañana para la tarde, y luego sus estudiantes y los paseantes la derribaron a patadas. En el intervalo, cuantos quisieran, además de grafiteros de carrera, escribieron consignas y dibujaron sobre el muro. No fue esa acción un intento por presentar algo estético, ni mucho menos, no pretendía serlo, pero es uno de las más audaces performances e intervenciones realizadas en los últimos años.

Ya en el 2006 Noriega había hecho una interesante intervención, con 150 estudiantes de la Enap, que tituló Huellas de la violencia, la cual consistió en que alrededor de la Plaza de la Constitución pintaron con cal, siluetas de personas en el suelo. Eran contornos dibujados tal como lo hacen los investigadores cuando hallan cadáveres en la escena del crimen; aquella fue su protesta contra las muertes violentas ocurridas con frecuencia en el país.
En los últimos años Noriega ha acometido con puntería en la fotografía. Este 2010 fue invitado a participar en un taller de fotografía digital, en Madrid, impartido por el profesor madrileño Juan Carlos Melero, quien ha trabajado en la Calcografía Nacional de España. Es el mismo que donó un equipo para hacer talleres de grabado, el cual se encuentra instalado en el edificio de Correos.

El curso de Madrid generó en Noriega, de nuevo, ideas contestatarias, pero igualmente estéticas. Podemos imaginarlo con la cámara en mano recorriendo las calles de Madrid, durante tres meses. Luego cogió sus cientos de tomas, seleccionó algunas y las intervino; es decir, en la computadora las puso encima de otras imágenes. En algunas contrastó tiendas de lujo madrileñas con barrios pobres de la Ciudad de Guatemala; otras más audaces recibieron un efecto que hacía parecer como si su obra Huellas de la violencia —las siluetas con cal— estuviera en realidad proyectada en edificios de Madrid.
El resultado de ese taller son fotografías impresas en papel de algodón y fotográfico. No son fotos de “lo que nos une” o “lo que nos hermana”, como esas expresiones cursis que lanzan presidentes y ministros pueblerinos cuando visitan las culturas de otros países, sino, antes bien, lo que nos desgracia.

Alejandro Noriega, desde sus inicios en el arte, ha expuesto cuán criminales resultan las diferencias culturales. Sus obras de arte surgen de la vivencia social —tan guatemalteca— parida entre la impunidad y la violencia, pero lo sorprendente en él es que guarda cierta cordura estética; es decir que no lanza lodo contra los charcos de lodo. Sus propuestas en acrílico, grabado, instalación, intervención y fotografía buscan siempre privilegiar la distribución escénica antes que su alegato. Eso lo beneficia en un país cuyos exponentes, cuando son rebeldes, suelen atragantarse con sus propias instalaciones, como un macabro performance de comerse la cola un perro.

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